Aquí os dejamos un trozo de nuestra última oración, os invitamos a que en la soledad de vuestra casa la volváis a releer:
“Maestro, te seguiré, a donde quiera que
vayas,
a
donde quiera que vayas, te seguiré”
Y Cuando te fuiste solo al monte, a orar,
yo dije: ¡qué aburrido! es de noche,
tengo sueño
y además hay un buen programa en la
tele.
Y cuando te fuiste al Huerto a sudar sangre
yo me puse a temblar y di la vuelta:
eso sí que no, yo no valgo para
enfrentarme
al dolor, es superior a mis fuerzas.
“Maestro,
te seguiré, a donde quiera que vayas,
a
donde quiera que vayas, te seguiré”
Y cuando cargaste la cruz en tus espaldas
yo la vi pesada... y no puedo cargar
pesos,
tengo la piel fina y delicada.
Y cuando tú dijiste que era estrecho el sendero
y escarpado, yo leía que la
comodidad
y la facilidad eran valores hoy en
alza.
“Maestro, te seguiré, a donde quiera que vayas,
a donde quiera que vayas, te
seguiré”
Y cuando te clavaron las manos y los pies
alguien me susurró al oído: libres,
mejor libres,
en este tiempo no hay esclavos, eso
no se lleva.
Y cuando afirmaste que tu comida era
hacer la voluntad del Padre
yo recordé el restaurante de la
plaza
donde se come muy bien.
“Maestro,
te seguiré, a donde quiera que vayas,
a
donde quiera que vayas, te seguiré”
Y cuando me pedías: véndelo, déjalo todo,
me pareció imposible, de la noche a
la mañana,
desprenderme de tantas cosas buenas.
Y cuando decías: el que encuentre su vida
a perderá, el que pierda su vida por
mí, la encontrará,
yo respondí que no estaba para
adivinanzas o acertijos.
Te fijaste en mí de nuevo. ¿Qué pasó?
“Ven y sígueme”, insististe
nuevamente.
Y esta vez dije que Sí:
Te seguiré a donde quiera que vayas.
y empecé a seguirte, ya lo ves.
“Maestro,
te seguiré, a donde quiera que vayas,
a
donde quiera que vayas, te seguiré”
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