miércoles, 23 de enero de 2013

Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas...


Aquí os dejamos un trozo de nuestra última oración, os invitamos a que en la soledad de vuestra casa la volváis a releer:

           “Maestro, te seguiré, a donde quiera que vayas,
            a donde quiera que vayas, te seguiré

 Y Cuando te fuiste solo al monte, a orar,
            yo dije: ¡qué aburrido! es de noche, tengo sueño
            y además hay un buen programa en la tele.

Y cuando te fuiste al Huerto a sudar sangre
            yo me puse a temblar y di la vuelta:
            eso sí que no, yo no valgo para enfrentarme
            al dolor, es superior a mis fuerzas.

           “Maestro, te seguiré, a donde quiera que vayas,
            a donde quiera que vayas, te seguiré

Y cuando cargaste la cruz en tus espaldas
            yo la vi pesada... y no puedo cargar pesos,
            tengo la piel fina y delicada.

Y cuando tú dijiste que era estrecho el sendero
            y escarpado, yo leía que la comodidad
            y la facilidad eran valores hoy en alza.

            “Maestro, te seguiré, a donde quiera que vayas,
            a donde quiera que vayas, te seguiré”

Y cuando te clavaron las manos y los pies
            alguien me susurró al oído: libres, mejor libres,
            en este tiempo no hay esclavos, eso no se lleva.
Y cuando afirmaste que tu comida era
            hacer la voluntad del Padre
            yo recordé el restaurante de la plaza
            donde se come muy bien.

           “Maestro, te seguiré, a donde quiera que vayas,
            a donde quiera que vayas, te seguiré”

Y cuando me pedías: véndelo, déjalo todo,
            me pareció imposible, de la noche a la mañana,
            desprenderme de tantas cosas buenas.

Y cuando decías: el que encuentre su vida
            a perderá, el que pierda su vida por mí, la encontrará,
            yo respondí que no estaba para adivinanzas o acertijos.

Te fijaste en mí de nuevo. ¿Qué pasó?
            “Ven y sígueme”, insististe nuevamente.
            Y esta vez dije que Sí:
            Te seguiré a donde quiera que vayas.
            y empecé a seguirte, ya lo ves.

           “Maestro, te seguiré, a donde quiera que vayas,
            a donde quiera que vayas, te seguiré”


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viernes, 11 de enero de 2013

Ejercicios de oración

II. Lectura meditada

Decía Santa Teresa: “Estuve catorce años que nunca pude tener meditación sino junto con lectura”, y añadía ella que a no ser enseguida de la comunión no se atrevía a entrar en oración si no tenía el libro en la mano y si no lo tenía sentía el miedo o la inseguridad de quien tiene que enfrentar un ejército. El tal ejército era, naturalmente, el enjambre de distracciones e imaginaciones.

Una vez con el libro en la mano, continúa ella, quedaba consolada y tranquila, como si el libro fuera un escudo de defensa”. Sólo con abrir el libro sus pensamientos entraban en orden, dice. A veces leía poco, otras veces leía mucho, según los estados de ánimo.

La meditación es una actividad mental en la que se manejan conceptos e imágenes explicando, aplicando, combinando diferentes ideas a fin de descubrir la intención del escritor sagrado, profundizar en la vida divina para formar una mentalidad, armar criterios de vida y juicios de valor.

No es fácil meditar. Al mismo tiempo que la mente va y viene, tiene que ser una actividad controlada y ordenada. También aquí necesitamos un lazarillo o unas muletas, esto es, un apoyo. Y el apoyo es la palabra escrita y el método es la Lectura meditada. Ella consiste en que la palabra escrita sujeta la atención y la conduce por los senderos de una reflexión ordenada. Tiene que ser un libro cuidadosamente seleccionado que no disperse sino concentre, que ponga y mantenga al alma en la presencia. Naturalmente el libro de los libros es la Biblia.

También aquí el ideal sería que cada uno tenga hecho su estudio personal, saber dónde están los grandes fragmentos, por ejemplo, sobre la fe, la consolación, el amor, la precariedad de la vida, grandes momentos sobre Jesucristo, etc. Estar uno mismo familiarizado y saber cuáles son aquellos capítulos que a mí me dicen mucho.

Antes de iniciar la lectura meditada es conveniente saber exactamente sobre qué tema quieres meditar o en qué capítulo de la Biblia. Toma una posición adecuada y después de pedir la asistencia al Espíritu Santo, comienza a leer despacio, muy despacio. En cuanto lees, trata de entender lo leído, captar el significado natural de la frase en su contexto y también la intención del autor sagrado. Si aparece alguna idea que te llama la atención, para ahí. Y después de entenderla, da vueltas en tu mente a esa idea, mírala desde una perspectiva y otra y después aplícala a tu vida.

Si no sucede esto, continúa leyendo despacio, entendiendo lo que lees. Si aparece un párrafo que no lo entiendes, vuelve atrás, haz una amplia relectura para colocarte en el contexto, y en el contexto trata de entender ese párrafo.

Prosigue leyendo lenta y atentamente. Si al meditar en algún momento se conmueve tu corazón y sientes ganas de aclamar, agradecer, suplicar, etc. da rienda suelta al corazón. Si no sucede esto, prosigue leyendo lentamente, entendiendo y rumiando lo que lees. Si un pensamiento determinado te impacta fuertemente, cierra el libro, da muchas vueltas a esa idea, aplícala a tu vida, saca las conclusiones, hasta que hayas agotado toda la riqueza que dicho pensamiento encierra. Si no sucede esto prosigue con una lectura reposada, concentrada, tranquila.
El ideal es que la lectura meditada impulse al alma a la presencia de Dios. Es normal que la meditación acabe en oración. Procura, también tú, hacerlo así. Procura, además, que esta lectura meditada desemboque en criterios concretos de vida para ser utilizados a lo largo de ese día.