VI – EJERCICIO AUDITIVO
Toma una posición adecuada y orante, envuélvete en una
atmósfera de tranquilidad. Deslígate de ruidos y voces que suenan a tu
derredor. Silencia completamente tu cuerpo, soltando músculos y nervios. Suelta
también recuerdos del pasado y preocupaciones del futuro. Quédate en un
presente simple, puro y despojado. Sólo yo conmigo mismo.
Ahora, entra lentamente en el mundo de la fe. Toma una
frase muy breve, por ejemplo: “mi Dios y mi todo”, o una sola palabra, por
ejemplo: Padre, Jesús, Señor… comienza a pronunciarla suavemente cada quince,
veinte o más segundos. Al pronunciar la frase o la palabra trata de vivirla,
hacerla tuya, asumiendo su contenido o significado. Hazlo sin violencia
interior sino con sumo sosiego y calma. El silencio que sigue luego de
pronunciar debe ser un silencio sonoro, en que siga resonando la frase como un
eco.
Comienza a percibir cómo la presencia que está encerrada
en esas palabras va inundando tu ser entero hasta que todas las energías
mentales queden impregnadas del contenido de esas palabras.
Ve distanciando la repetición de las palabras hasta que,
de ser posible, el silencio desplace y sustituya a la palabra.
Este ejercicio tiene una variante. Consiste en que la
palabra sea pronunciada en el momento de la expiración, esto es, al expulsar el
aire de los pulmones. Habrás advertido que al inspirar tu cuerpo se infla y
queda tenso; al expirar, en cambio, se relaja. En esta variante, aprovechamos
la fase naturalmente relajada del cuerpo, que es la expiración, para pronunciar
con más profundidad la frase y unirnos más vivamente al Señor y así,
lentamente, el cuerpo y el alma pueden ir entrando en una combinación conjunta
y armónica. Hasta que todo tu ser, cuerpo y alma, queden inundados de la
presencia del Señor. Puedes encontrarte con efectos sorprendentemente benéficos
tanto para el cuerpo como para el alma.
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