III - ORACIÓN DE SALIDA Y QUIETUD
En este ejercicio hay una
salida. Sale el alma de sí misma apoyada en una frase, hacia un Tú. Esto es, al
asumir y vivenciar el significado o contenido de una frase, la frase toma la
atención, la transporta y deposita en un Tú. Hay, pues, un movimiento o salida.
Y así todo “yo” queda en todo “tú”, queda fijo e inmóvil. Hay, pues, también
una quietud. Es una adoración estática.
No debe haber movimiento
mental. Esto es, no debes preocuparte de entender lo que la frase dice;
entender es siempre movimiento, hay un ir y venir. Por ejemplo, si digo “tú
eres inmensidad infinita”, al pretender entender la frase, la mente comienza a
analizar qué significa “inmenso” en su relación con el espacio y que como Dios
es espíritu transciende el espacio, etc. etc. Eso es entender, a lo sumo
meditar. Nosotros ahora, estamos en adoración. Por eso no debe haber ninguna
actividad analítica. Al contrario, la mente, impulsada por una frase, se lanza
hacia un “tú” y queda prendida, fijada en el “tú” quieta y adherida
admirativamente contemplativamente, posesivamente, amorosamente. Es
contemplación, no meditación.
Un objeto o una verdad, según
desde donde se le mire, aparece diferente, pero es el mismo objeto, la misma
verdad. Dios, como infinito que es, tiene innumerables facetas o perspectivas;
es descanso, es fortaleza, es eternidad, es inmensidad, es paternidad… No debes
preocuparte de entender cómo y por qué es eterno o inmenso, sino de mirarlo y
admirarlo estáticamente, ahora como eterno, luego como inmenso, etc. Toma una
posición orante. Ve desligándote de ruidos y presencias, ve silenciando todo el
futuro y el pasado, deslígate de preocupaciones, proyectos, fuera de ti no hay
nada. Fuera de este momento no hay nada. Sólo quedas tú mismo, presente a ti mismo. Haz presente en la fe a
Aquel en quien existimos, nos movemos y somos. A Aquel que penetra y sostiene
todo. Comienza a pronunciar las frases en voz suave, trata de vivir lo que la
frase dice hasta que tu alma quede impregnada con la sustancia de la frase.
Después de pronunciar la
frase quédate, durante unos quince segundos o más en silencio, mutuo, estático,
como quien escucha una resonancia. Estando tu atención inmóvil, compenetrada
posesivamente, identificada adhesivamente con la sustancia de la frase que es
Dios mismo.
Una misma frase puedes
repetirla muchas veces o todo el tiempo. En este ejercicio tienes que dejarte
arrebatar por el “tú”. El “yo” prácticamente desaparece mientras el “tú”
permanece sostenidamente presente.
Voy a decirte algunas
expresiones que puedes tú mismo utilizar: “tú eres mi Dios”; “desde siempre y
para siempre tú eres Dios”; “tú eres eternidad inmutable”; “tú eres inmensidad
infinita”; “tú eres sin principio ni fin”; “estás tan lejos y tan cerca”; “tú
eres mi todo”; “¡oh profundidad de la esencia y presencia de mi Dios!”; “tú
eres mi descanso total”; “sólo en ti siento paz”; “tú eres mi fortaleza”; “tú
eres mi seguridad”; “tú eres mi paciencia”; “tú eres mi alegría”; “tú eres mi
vida eterna, grande y admirable Señor”. Y así otras expresiones.
El ejercicio puede durar
cuarenta y cinco, cincuenta o sesenta
minutos.
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