Si se te olvidó rezar, si
no sabes qué hacer con Dios te aconsejo que comiences a dar los primeros pasos
con el apoyo del método que llamo “Lectura rezada”.
Mira, la mente humana es inquieta mariposa, errante
como el viento. Necesita estar en perpetuo movimiento, saltando del pasado al
futuro, de los recuerdos a las imágenes, de las imágenes a los proyectos…
alguna vez con lógica, casi siempre sin lógica. Es incapaz de estar fija por
cinco segundos en un objeto.
Orar, en cambio, consiste en sujetar la atención y en
fijarla en el Señor. ¿Cómo hacerlo con una mente tan loca? Necesitamos apoyos y
el apoyo es la oración escrita, y el método la lectura rezada.
Toma una oración escrita, por ejemplo un Salmo u otra
oración. Advierte bien esto: no se trata de un capítulo de la Biblia para
meditar, sino de un salmo o de una oración escrita. Comienza a leer despacio.
Al leer, trata de vivenciar lo leído. Esto es, trata de asumir, hacer tuyas las
frases leídas. Sentirlas identificando la atención con el significado o
contenido de las frases leídas. Al concentrarte en el contenido de la frase,
como el contenido es Dios, tu atención queda con Dios. La palabra fue puente de
enlace.
Pero tu mente errante pronto se desprenderá de Dios y
se dispersará. Fija de nuevo tus ojos en la oración escrita, y de nuevo la
palabra escrita controlará tu atención y la centrará en Dios. Otra vez tu mente
se desligará para volar. Ten paciencia. Sigue leyendo. De nuevo la palabra
leída, que es una oración escrita, sujetará tu atención y la pondrá en Dios.
De pronto te encontrarás con una frase que te dice
mucho. No prosigas, para. Repite la tal frase muchas veces, viviéndola,
sintiéndola, uniéndote a Dios mediante ella. Piensa, date cuenta que para unirte
a Dios te basta un solo puente. Por eso repite sin miedo esa frase, hasta que
la novedad de la frase se agote, o su contenido inunde completamente tu alma.
Si no sucede eso, prosigue leyendo muy despacio,
asumiendo y vivenciando el significado de lo leído. Para de vez en cuando.
Vuelve atrás para repetir las frases más significantes. Si estás solo di
algunas frases en voz alta, eventualmente, con los brazos extendidos u otras
posiciones. Prosigue con una lectura reposada, concentrada, tranquila, uniéndote
y llenándote de la presencia que emana de las palabras leídas. Si un momento
dado te parece que puedes abandonar el apoyo de la lectura, deja a un lado las
oraciones escritas y permite que el Espíritu se manifieste en ti con
expresiones espontáneas e inspiradas.
Es conveniente que te des cuenta de lo siguiente: el
tiempo que tu atención queda propiamente con Dios es en realidad brevísimo,
dada la naturaleza de la mente humana, siempre inquieta y versátil.
No pretendas quedarte propiamente con Dios, por
ejemplo treinta minutos, ni siquiera treinta segundos. Confórmate, por lo menos
al principio, con estar con Él tres, cuatro, cinco segundos. Ahora, estos
instantes intermitentes pueden prolongarse a lo largo de noventa minutos, por
ejemplo. En este caso podríamos decir que has tenido noventa minutos de
oración, pero en realidad esos noventa minutos constaban de breves instantes.
Así se hace la lectura rezada.
Ayuda a la vida espiritual la siguiente práctica: aprende de memoria varios salmos, versículos de salmos o simplemente frases fuertes como: “Mi Dios y mi todo”, “Tú eres mi Dios” u otras frases. Cuando vayas viajando en un tren, en un autobús urbano o caminando por la calle o estés ocupado en quehaceres domésticos, constituye una excelente ayuda espiritual repetir esas frases y unirse al Señor mediante esas oraciones vocales memorizadas.
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