Felices los que ante el sufrimiento propio o ajeno no tiráis la toalla, ni os dais por vencidos.
Felices los que no quedáis paralizados en vuestro dolor y os movéis buscando consuelo y medicina.
Felices, si frente al dolor acudís a la oración, mirando la cruz, mientras lucháis a brazo partido para ganar la batalla
Felices los que gritáis, sudando sangre, en vuestro Huerto de los Olivos – cada uno tiene el suyo - : “si es posible pase de mí este cáliz” y añadís, mirando al Padre, “pero no se haga mi voluntad sino la tuya” .Felices los afligidos si tenéis una esperanza infinitamente mayor que vuestra aflicción.
Felices los que sufrís, si en medio de vuestro dolor, no recubrís con escamas vuestra piel,
y dejáis que os acaricien y consuelen.
¡ Seréis consolados !
Felices si no os avergonzáis cuando las lágrimas surcan vuestras mejillas.
Felices si lloráis y os afligís, pidiendo perdón, por los pecados cometidos.
Felices si habéis aprendido a llorar con los que lloran y felices, también, si lloráis y nadie enjuga vuestras lágrimas.
Bienaventurados y felices si no veis el sufrimiento ajeno como castigo de Dios, sino como invitación y llamada a la ayuda solidaria, para convertir este valle de lágrimas en un prado verde de alegría, hoy y mañana.
miércoles, 12 de febrero de 2014
Llamados a hacer nuestro el dolor de los demás
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